Abstract:
Una mañana tranquila auguraba un perfecto y usual día de campo. A las 12,50horas nos encontrábamos a la vera de la ruta, según se había programado en lasecuencia de tareas, disfrutando del típico día patagónico, con fuerte viento. El viento no cesa y su intensidad parece aumentar; se hace difícil la ejecusión de cualquier tarea, pero es este mismo viento el que me invita a apreciar un panorama incomparable frente a mis ojos.Encontrándome apoyado en un poste de alambrado y mirando hacia el noroeste,puedo apreciar una gigantesca masa nubosa que abarca casi la totalidad del horizonte. Su color dista mucho de ser el característico de una nube y de hecho su albedo es mucho menor. Obviamente no estoy observando ninguna forma conocida de condensación de vapor de agua, sino una gigantesca nube de polvo cuyas dimensiones sólo causan asombro. Pero ¿ porque un día como hoy no la observo rodeándome, cubriéndome y haciendo mi estadía imposible en este poste? La respuesta es más sencilla de lo que cualquier lector pueda imaginar y la explicación es la siguiente: sucede que estoy mirando en dirección a la cola del embalse del Lago Ezequiel Ramos Mejía cuyo nivel se encuentra muy disminuido. Ahora bien ¿qué significa esto? Esto significa un perfecto ejemplo de cómo el viento favorece los procesos geomorfológicos. El agua que ocupaba la zona, ahora desierta, impidió el crecimiento de vegetales que actúan como sostén del suelo, actuando ella misma como agente retensivo al otorgar peso a las partículas. Ahora que ya no está, que bajo considerablemente su nivel, dejó el suelo a la intemperie. Una intemperie que es mayor aún si considero la presencia del desierto patagónico a su alrededor. Los fuertes vientos levantan a las indefensas partículas y la transportan en suspensión. Como la cantidad es muy grande, forman verdaderas nubes y aún desconociendo sus principales efectos, me atrevo a decir: “ahí va nuestro suelo”.Y la desertificación avanza, no perdona, la naturaleza sigue su curso y el hombremuchas veces la subestima.