Resumen:
El exilio como problemática de la historia reciente ha ganado importantes espacios en la historiografía argentina convirtiéndose en un campo en construcción (Jensen, 2011). Los estudios sobre las experiencias exilares de argentinos en distintos países y acerca de la relación entablada
entre la comunidad exiliada y la sociedad receptora han permitido avanzar en la comprensión del exilio producido por el Estado terrorista1. El énfasis historiográfico sobre las políticas represivas de la última dictadura argentina por un lado, y la coordinación represiva entre las dictaduras del Cono Sur que dificultó la estrategia de exiliarse en los países limítrofes por el otro, han obturado la posibilidad de pensar a la Argentina como un país receptor además de expulsor. En consecuencia, poco se ha investigado la problemática de la argentina como país de acogida para el exilio conosureño en general y el chileno en particular. Asimismo, el énfasis en la política represiva y expulsiva que aplicó la última dictadura militar argentina hacia los exiliados y refugiados de la
región ha contribuido a eclipsar experiencias, como las aquí analizadas: la de los chilenos que sobrevivieron a los embates del terrorismo de Estado y permanecieron en el país durante el período.
Si bien la dictadura provocó que en muchos casos la experiencia exiliar deviniera en un “exilio serial” o “exilio en serie” (Sznadjer y Roniger, 2009), es decir, que los expatriados se vieran obligados a cambiar su lugar de exilio por otro, este proceso no afectó a todos y cuando sí lo hizo su impacto no se produjo de inmediato. Como se analizará en este trabajo, la red nacional de asistencia
a los refugiados que se había organizado en Argentina a principio de 1974 continuó funcionando y asistiendo a los miles de chilenos para quienes el país del tango constituyó su primera, y en algunos casos única, opción.