Resumen:
Vivimos en un mundo que está atravesando por transformaciones profundas en el que la concentración del espacio y la aceleración del tiempo (Brauer, 2016) redefinen las relaciones sociales y las subjetividades tanto a nivel local como planetario. Pareciera que todas las personas y grupos del planeta estuvieran cada vez más conectados, tejiendo una gran interdependencia. Pero esto no se cumple para todos y todas. Mientras que en este contexto multicultural planetario algunos grupos lideran este proceso y se benefician social y económicamente de estos cambios, otros van hacia un mayor aislamiento (de Sousa Santos, 2002), migraciones forzosas, pobreza estructural, precariedad, marginación social y una excesiva localización (Andreotti, 2006). La progresiva exclusión social y la invisibilidad de los grupos afectados lleva a una creciente desigualdad e injusticia social tanto entre diferentes países como hacia su interior (González Valencia, Sant, Santisteban & Pagés, 2016). Claramente la globalización no resulta un proceso de comunicación e integración de culturas y solo tienen real beneficio y dinamismo algunas regiones, en tanto que otras se ven perjudicadas (Petras, 2000) y marginadas por no gozar de recursos naturales que se consideren significativos o por la excesiva explotación de las empresas multinacionales (Brauer, 2016), lo que en última instancia origina su degradación ambiental.