Resumen:
La actividad discursiva reconoce, según el ISD, un carácter material, histórico, reflejo de las condiciones específicas y las finalidades de cada dominio de la actividad humana social. Además, se caracteriza por ser marcadamente diversa, dada su inserción social y los instrumentos que los hablantes ponen en funcionamiento, definidos por la misma actividad como por la diversidad de los contextos de práctica. A pesar del reconocimiento de este punto en común, las tradiciones didácticas que orientaron transformaciones en la enseñanza de la escritura, así como el fortalecimiento de las prácticas de lectura, en el ámbito de la educación superior evidencian que las instituciones de este nivel privilegian las tradiciones formalistas y descuidan cualquier posibilidad de pensar la transformación de la actividad verbal en esta esfera. Algunas transformaciones han afectado la vida institucional, fundamentalmente los cambios producidos por los nuevos soportes y el acceso de sectores sociales y culturales que no reconocían como aspiración el acceso al nivel superior. Ante ellas, las instituciones comenzaron a torcer los modelos apoyados en orientaciones cognitivistas, conductistas o pragmáticas, de modo de atender a condicionamientos que se debían fundamentalmente a la cultura –para proponer un horizonte amplio- de los y las jóvenes que accedían al nivel superior. La pregunta se orientaba, de esa manera, a cómo incluirlos/as en el nuevo dominio, no pretender un simulacro sino un gesto de compromiso con el mismo. En esta orientación, la formación de escritores/as en el ámbito de la universidad cobró un sentido ético y político: constituyó un camino para el empoderamiento de los y las jóvenes. Ante el nuevo panorama que acecha a la universidad, revisar los presupuestos teóricofilosóficos de la didáctica de la lengua es un imperativo para alentar la actualización y, consecuentemente, la pervivencia de la educación superior, de una equitativa, inclusiva, democrática, transformadora.