Ciudades sustentables en Alto Valle : la mirada ambiental desde indicadores para evaluación del hábitat urbano

Abstract

Vivimos un momento histórico sin precedentes. Estamos ante el mayor desafío que hemos enfrentado como humanidad: trazar el camino hacia un desarrollo integral y sostenible en un marco de transición justa, donde la agenda productiva y la ambiental se reescriban en el mismo lado de la página, con el objetivo central de promover el progreso social (…) La pandemia ha sacado a la luz lo trascendental de estas cuestiones, obligándonos a reflexionar sobre la importancia de la salud humana y su interrelación con la salud del planeta. El coronavirus es, en definitiva, una metáfora de lo que nos puede pasar a consecuencia del cambio climático y la degradación ambiental, demostrándonos el alto grado de vulnerabilidad al que estamos y estaremos expuestos de no generar transformaciones sociales, económicas y productivas que mejoren la vida de los argentinos y las argentinas, y a la vez aporten a la mitigación del cambio climático y la adaptación a sus efectos. Las ciudades tienen, en este sentido, un papel preponderante en los planes de recuperación. Las comunidades urbanas han demostrado una extraordinaria solidaridad y se han adaptado muy rápidamente a nuevas formas de funcionamiento. Numerosos gobiernos locales, por ejemplo, han comenzado a promover el transporte no motorizado, implementando sistemas de ciclovías y peatonalizando sus calles, lo que ha devuelto a los ciudadanos el uso del espacio público. En este orden de ideas, la Nueva Agenda Urbana de la Organización de las Naciones Unidas reconoce a las áreas verdes urbanas como parte fundamental de la infraestructura, colocándolas al nivel de los servicios públicos esenciales. Bien conocidos son, por todos y todas, los beneficios que los espacios naturales brindan a las personas y al ambiente en general. Es por ello que deben planificarse, diseñarse, construirse y gestionarse del mismo modo que otras obras e intervenciones, ya no sólo en materia de dimensiones (por ejemplo, la relación de m2/habitante) sino también en cuanto a su distribución geográfica, de modo que todos los integrantes de una comunidad accedan de manera equitativa a las bondades de estas áreas. El análisis de la situación de las ciudades del Alto Valle que este libro provee es de especial relevancia en tiempos de repensar la agenda urbana nacional. Temas tales como el territorio y los conflictos ambientales, la importancia de la salud ambiental para la salud humana, el despliegue de infraestructura sostenible, y la educación ambiental como estrategia para la transformación social, atraviesan estas páginas con el fin de proponer un trazado de las posibilidades de desarrollo sostenible de la zona, aportando también importantes lecciones para el resto del territorio nacional. El recorrido propuesto nos invita a comprender cómo la intervención humana “dibuja” las características del territorio en que se asienta una comunidad, y, por consiguiente, define el rumbo que tomará su propio hábitat. El ambiente urbano es, en definitiva, una construcción social en continuo cambio y evolución, determinado siempre por las interacciones que se dan entre la sociedad y la naturaleza. Asimismo, al poner a disposición conocimientos a los que de otra manera muchas personas no hubieran accedido, este libro se convierte en un instrumento que democratiza el acceso libre y abierto a la información ambiental. En este sentido, el Gobierno Nacional ha puesto en marcha el Centro de Información Ambiental (CIAM), un sistema integrado de producción, recopilación y articulación de información ambiental del Estado para garantizar la transparencia y facilitar el ejercicio de la participación ciudadana en la toma de decisiones. Además, recientemente nuestro país ratificó el “Acuerdo Regional sobre el Acceso a la Información, la Participación Pública y el Acceso a la Justicia en Asuntos Ambientales en América Latina y el Caribe”, más conocido como Acuerdo de Escazú, herramienta fundamental para promover el derecho a un ambiente sano y que coloca a la igualdad como eje fundamental de un desarrollo integral y sostenible. Una profunda gratitud me generó recibir la invitación a escribir estas líneas. El compromiso con la educación pública me acompaña desde siempre, tanto en mi formación profesional como en mi desempeño laboral como docente. Y mayor es la satisfacción cuando proviene de una casa de estudios que ha sabido integrar las carreras tradicionales con las demandas profesionales de la actualidad, siempre tras el objetivo de colaborar con las necesidades de desarrollo del territorio en que se asienta. En el proceso que nos toca atravesar, tengo la convicción de que el rol de la comunidad científica y universitaria es clave para definir y entender las demandas de la sociedad, así como aportar a los desafíos de la agenda del desarrollo sostenible. Por eso, en el lugar que me toca ocupar actualmente como Ministro de Ambiente y Desarrollo Sostenible de la Nación, impulsé un acuerdo con la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación con el fin de fortalecer el complejo científico y académico nacional en materia ambiental y aprovechar sus capacidades en la construcción del futuro que queremos. Celebro que desde la Universidad Nacional del Comahue se impulse el trabajo académico en materia de sostenibilidad. La agenda ambiental requiere, ante todo, de diálogo y consenso, y nos interpela a trabajar unidos en pos del futuro y del presente, construyendo una visión común de Nación. Los signos de agotamiento del modelo actual son evidentes, pero la preocupación convive con la esperanza. El planeta nos dice basta. El momento de actuar es ahora.